Mi padre un día puso un espantapájaros en el huerto. Al día siguiente fue a verlo y el espantapájaros le quiso hablar pero no pudo y eso le entristeció. Cuando se fue mi padre, el espantapájaros se bajó de la estaca y fue a ver a una rana. La encontró y le dijo la rana:
– ¿Qué quieres? Te la recuperaré. ¡Pichín, pochón! ¡Ya puedes hablar!
– ¡Qué suerte! Muchas gracias. ¿Qué puedo hacer por ti?
– Dame un beso y me convertiré en príncipe.
Y se lo dio y vivieron felices y contentos para siempre los dos.