Érase una vez un león llamado Chimeneo que perdía todo hasta que un día perdió sus dientes y no se había enterado de que los había perdido. Una noche fue a comer carne, a apartar el hueso con los dientes y como no se había enterado de que los había perdido lo mordió para quitarlo y se hizo mucho daño.
Buscó sus dientes, los encontró en mitad del bosque y se los puso fácilmente porque eran postizos. A partir de ese día decidió ser más responsable de sus cosas y no perdió nada más.