El verano pasado un chico pobre vivía con sus padres en una casa vieja. La puerta era pequeña pero tenía un salón muy grande y muy bonito. El chico tenía el pelo castaño, los ojos azules, su nariz era pequeña y bonita y su boca grande. Llevaba una ropa vieja y unas zapatillas muy chulas.
Un día el chico salió de casa y a lo que iba andando por la calle vio una tienda. La tienda era grande, alta y con muchas cosas. Vio una cosa que le gusto mucho. Volvió corriendo a casa y les pidió a sus padres un euro. Se lo dieron y volvió corriendo a la tienda. Cuando llegó, miró la etiqueta y valía 20 euros, y pensó: “¿Qué tal si le ayudo a alguien? Así conseguiré dinero”.
Al volver a casa vio a un abuelo de unos 80 años decir algo. Así que se acercó a él y le preguntó haber que quería. El abuelo le dijo que necesitaba que su huerto estuviera bien cuidado. El niño se puso muy contento y le dijo:
– Yo te cuidaré el huerto pero cada día me tienes que dar dos euros.
El abuelo respondió:
– Vale, pero tienes que estar todo el verano trabajando.
Estuvo hasta el 21 de septiembre y ese día paró y consiguió mucho dinero. Volvió a casa y les dijo a sus padres que no se iba a gastar el dinero en una pelota que se lo iba a guardar para comprar comida y vivió feliz y comió perdiz.