EL FONTANERO Y LA LAGARTIJA

Había una vez un fontanero llamado Pedro. Era alto, feo, le pasaban muchas desgracias. Vivía en un chalet a las afuera de Olite, un pequeño pueblo de Navarra, con su mujer y sus dos hijos.

Un jueves por la mañana le sonó el teléfono. Lo cogió. Era una anciana de Olite que le dijo si podía acudir a su casa para desatascarle una tubería de la fregadera, Pedro le dijo que en diez o veinte minutos estaría allí.

Pedro cogió todo su material y se dirigió a casa la anciana. La casa de la anciana era una casa vieja con muchas goteras y tenía alguna que otra cucaracha.

Pedro se acercó a la fregadera. La anciana le contó que la fregadera no absorbía el agua porque creía que estaba atascada.

Pedro metió tres metros de sirga por la tubería. Notó que había una cosa un poco dura, la empujaba y la empujaba pero no salía. Probó unas tres veces pero no salía. Se le ocurrió la idea de echar desatasca-tuberías, echó un cuarto de litro de ese líquido. Esperó media hora a que se disolviera y volvió a meter la sirga. Ya no había tapón, había una cosa gelatinosa. Con otra sirga con gancho la cogió y poco a poco la sacó. Era una gran lagartija que había soportado el líquido venenoso.

Rápidamente la llevó al veterinario que le dio unos líquidos y al cabo de un mes se curó.

El fontanero la guardó en su casa. Se la regaló a sus hijos. Esa fue la mascota de la familia que vivió 7 años más.

Colorín, colorado la lagartija vivió junto a su familia muchos años más.

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