EL GATO Y EL LEÓN

Érase una vez un gato que iba paseando por las furrustras y un día pensó: “Me voy a meter entre los árboles para ver lo que hay”

Un día un león paseaba entre los árboles y se encontró con un gato. Le dijo el gato:
– ¿Vamos a mi jardín?
– Sí, estupendo.

Se fueron, pasaron días y pensó: “Ya me aburro de estar con este gato porque no me deja ni echarme la siesta, ya estoy harto”

Un día cuando estaba mirando al sol el gato se lo comió.

La madre del gato fue a buscar a su hijo y no lo encontraba por ningún lado. Entonces la mamá le llamó a la policía para que buscara a su hijo. No lo encontraban por ningún sitio y la policía les llamó a los cazadores. Fueron los cazadores y la policía miró con sus prismáticos y le vio al león y les dijo a los cazadores y a la madre del gato:
– ¡Ahí, ahí está el león!

Fueron corriendo y los cazadores le pegaron un tiro al león en la tripa, se le abrió la tripa y vieron al gato vivo. Luego lo sacaron. Los cazadores y la policía le echaron piedras a la tripa del león, le cosieron la tripa.

Se levantó el león y ese mismo día estaba mirando al río, le pesaban las piedras y los cazadores, la policía y la madre del gato y el gato le empujaron al león, se cayó al río y se murió.

Los cazadores, la policía y los dos gatos vivieron felices y comieron perdices.

LOS CINCO AVENTUREROS

Había una vez cinco niños que hacían inventos como la torre Eiffel en una maqueta de hierro y otras cosas más. Un día decidieron construir un submarino para investigar los ríos de la zona. Su submarino era de metal y pintado con calaveras, parecido a las gorras de los piratas.

Cuando terminaron el submarino se compraron trajes de submarinismo y se fueron a las aguas de aquellos ríos.

Ya navegaban por allá y de repente se encontraron con un monstruo que dormía más pancho que mi tía abuela Eugenia. Todos,  mis amigos y yo, empezamos a lanzarle palos hasta que se despertó.

Entonces empezó a atacarnos y nosotros nos asustamos y echamos a correr con el submarino. Al acabarse la gasolina de nuestro submarino llamado Turbofurgo, el monstruo se volvió loco y se puso a golpear contra nosotros su gran cocorota.

A mí se me ocurrió una cosa. Recordé que le habíamos puesto un depósito turbo y le cliqué al botón para poner en marcha el sumergible.

En ese momento el submarino salió pitando acabando en el corral de mi tía abuela Eugenia haciendo que se despertara. Todos volvimos a casa sanos pero con el culo rojo de las tortas que nos pegó la tía abuela.