Erase una vez una cuadrilla de perros negros como la noche de raza mastín italiano. Todos con dueño menos uno llamado David. Entre ellos hicieron una apuesta: que el que más flaco estuviese en dos meses ganara un premio.
Pero
a lo largo de un mes ningún perro podía aguantar de comer tan poco,
excepto David que si aguantó por qué no tenia quien le diese de
comer. Ya pasados los dos meses dijo:
-¡He
ganado he ganado!
Pero
los demás perros como no habían ganado le ignoraron diciéndole que
no se acordaban de la apuesta pero en realidad sí. Entonces David no
se sentía alegre con ellos y se mudó a vivir a un pueblo de Francia
que fue donde vivía su antiguo dueño que le abandonó.
Las
perros de allí eran muy majos pero había un problema que David no
tenía para comer y sus amigos tan agradables le ayudaron a buscar al
dueño. David estaba tan flaco que se le notaban todas las costillas,
y ya cuando estaba a punto de morir un amigo suyo encontró a su
dueño. Y llorando de alegría le dijo el dueño llamado Rafael
abrazando a David:
-No
sabes cuánto te he echado de menos. Me arrepentí mucho de haberte
dejado tirado sin más. Por las noches no podía dormir, perdón
David.
Lo mismo digo – dijo David también llorando de alegría- yo no tenía donde vivir ni tampoco nada para comer.
– No sabes cuanto lo siento- respondió Rafael.
David
le dio las gracias a su amigo por haber encontrado a Rafael.