LA COMADREJA

En el bosque de Piiiiiiiiiiiiiiiii Paaaaaaaaaa vivía una comadreja llamada Conchita que estaba soltera y era guapa. Ella intentaba buscar novio, pero no encontraba al marido perfecto. Cada día salía al balcón a ver si alguien estaba arrodillado frente a su casita, con un anillo en el dedo pidiéndole su mano para casarse, pero nunca había nadie. Después de salir al balcón desayunaba y al terminar iba a recoger flores para ambientar su casa. Detrás de su casa había un huerto con tomates, calabacines, alcachofas, escarolas, pepinos, pimientos y lechugas. Cada día cogía una verdura de cada tipo para hacerse un puré de verduras riquísimo. Después de comer se iba a pasear.
Un día por el camino se encontró con sus amigas y comenzaron a reírse porque no tenia novio y Conchita se escapó corriendo a su casa. Al llegar se encontró con una marmota llamando a la puerta. Conchita le dijo:
– ¿Qué haces tú aquí?
– Quiero casarme contigo.
– Pero, ¿a qué viene esto?
– Es que hace mucho que te lo quería decir, pero no me escuchabas.
– Perdona por no hacerte caso.
– Da igual, te perdono. Pero, ¿quieres casarte conmigo si, o no?
– Es un poco precipitado pero me encantaría casarme, así que me casaré contigo.
Al cabo de unos días se casaron y nadie más se metió con ella. Fueron felices y comieron perdices.

 

EL MIRLO Y EL ZORRO

Había una vez un Mirlo que no paraba de volar y volar porque si bajaba abajo un zorro se lo comería y si se ponía en lo alto de un árbol el zorro subiría y se lo zamparía.
Un día de tanto volar llegaron a un bosque con quinientos árboles. Estaba muy oscuro porque los pinos tapaban la luz del sol. El Mirlo asustado lanzó su grito de ayuda pero en vez de venir sus amigos salieron volando unos treinta murciélagos sucios y negros. El zorro,  cansado de perseguir al Mirlo se echó una siesta. Mientras dormía,  el Mirlo escapó y no volvió a ver al zorro. Cuando el zorro despertó y vio que el Mirlo no aparecía, pensó que se lo había comido algún animal y se marchó.

LA LECHUZA

Había una vez una lechuza que vivía en las cuevas de Zugarramurdi. Por la noche bajaba al pueblo a comer. Un día bajó y un hombre le vio que entraba en la iglesia. Sonó la alarma. Toda la gente de Zugarramurdi se despertó y  la alarma estuvo una hora sonando.

Las brujas salieron a ver lo que pasaba y se quedaron en la calle.

La lechuza salió de la iglesia, le cagó a una bruja en la cabeza y se fue a su cueva. Colorín,  colorado, este cuento se ha acabado.

 

 

LA GALLINA JUANITA

HABÍA UNA VEZ UNA GALLINA QUE SE LLAMABA JUANITA. UNA MAÑANA SE LE ROMPIÓ UN ALA CUANDO SE DESPERTÓ.

JUANITA LE LLAMÓ A SU MADRE Y LE DIJO:

– MAMÁ, SE ME HA ROTO UN ALA

YA TE LLEVARÉ AL VETERINARIO

FUE AL VETERINARIO, LLAMÓ A LA PUERTA, LE ABRIÓ LA PUERTA EL VETERINARIO Y LE DIJO EL VETERINARIO:

– BUENOS DÍAS

– SE ME HA ROTO UN ALA

– YO TE CURARÉ. SIÉNTATE EN ESA CAMILLA.

EL VETERINARIO LE DIJO QUE LE PONDRÍA OTRA ALA Y DIJO JUANITA QUE SÍ.

– YA TE PUEDES IR Y CUANDO TE LLAME TE PONDRÉ EL  ALA.

JUANITA SE FUE A CASA CON SU MAMÁ Y AL POCO TIEMPO LE LLAMÓ EL MÉDICO. LA GALLINA FUE AL MEDICO, LE PUSO UN ALA NUEVA Y LE DIJO:

– HASTA DENTRO DE DOS MESES NO PUEDES VOLAR.

SE FUE A SU CASA Y VIVIERON FELICES.

 

EL BÚHO Y EL CERDO

Había una vez un guapo y atractivo búho que era modelo. Todos los animales del bosque querían casarse con él y los machos también. Cada vez que salía de casa los animales le seguían y nunca le dejaban en paz: por la noche en la puerta de su casa, desayunando le decían ¡búho búho!, y en las actuaciones de modelo aplaudiéndole. Así que decidió marcharse de casa.

Se fue volando, pero los animales le seguían así que el búho voló todo lo rápido que podía.

Entonces vio una granja y se metió allí. Al entrar,  un cerdo le dijo: 

– ¿Qué haces aquí?

– No tengo tiempo para contártelo.

Entonces el cerdo salió a ver que pasaba. Al salir los animales dijeron: 

– ¿Has visto a un búho guapo y atractivo?

– Sí, se ha ido al pueblo.

– Gracias, adiós.

Al entrar el cerdo,  dijo el búho: 

– Eres mi héroe.

– Gracias.

Así que vivieron felices.

FIN

 

LA ZAPATILLA Y EL CALCETÍN

Una mañana de verano de 1992 había una zapatilla y un calcetín en una lujosa mansión cerca del mar. Un día la zapatilla, como había mucha humedad por estar cerca del mar, empezó a oler muy mal y el calcetín estuvo muchos días oliendo aquel horrible mal olor.

Después de un mes, el calcetín se acordó de que los humanos guardaban un bote de polvos de alumbre que eliminaba el mal olor de los pies y el calcetín quería ir a por los polvos, pero se tenía que arriesgar porque había un perro en el salón. Por la noche, cuando todos los humanos estaban dormidos, el calcetín salió. Vio que el perro estaba despierto, así que esperó hasta la media noche. A media noche el calcetín salió y consiguió entrar al baño. Al entrar al baño tuvo que escalar un armario porque el bote se encontraba en la última balda y por fin lo consiguió. Cogió el bote y se fue de nuevo al cuarto mientras el perro seguía durmiendo. Echó unos pocos polvos del bote a la zapatilla y, como por arte de magia, la zapatilla dejó de oler.

Y el calcetín nunca más se tuvo que preocupar por la zapatilla ni por su olor. A partir de ese día siempre estuvieron juntos.

 

 

EL MILAGRO DE TOBI

El 12 de abril del 2004 me levanté de la siesta y  me encontré al salir de casa a un perrito que en su collar ponía «Tobi». Era un perro marrón, su cuerpo era pequeño y sus patas eran blancas. Tobi tenía  muy mal aspecto, su pelo se le caía y me pedía a gritos que le ayudara. Al cabo de un rato, apareció su dueño que era gordo, feo y tenía mal genio. Yo le pregunté por su nombre y él me dijo que se llamaba Mario, pero, yo noté que no le hacía mucha gracia que yo estuviera acariciando a su perro. Al cabo de un rato, Mario subió a su casa y bajó con una escopeta. Yo me quedé paralizada sin entender lo que quería hacer con eso. Tuve dudas de si pretendía matarme a mí o al perro, pero, al rato entendí que no iba conmigo la cosa. Tobi no paraba de ladrar, su cuerpo temblaba y parecía tener peor aspecto que antes.  Yo empecé a gritar e intenté hablar con Mario y le pregunté la razón por la cual quería matar a ese perro. Él me dijo que su perro no cazaba muy bien y siempre que lo sacaba a cazar iba detrás de él. Por eso quería matar al pobre Tobi. Yo intenté calmar la situación e intenté convencerle de que era un perro muy bonito y que igual con el tiempo llegaría a cazar. A Mario le faltaba poco para disparar cuando yo me lancé hacía él y le dije que si mataba al perro antes me mataba a mí. Él se enfado conmigo y me dijo que le dejara en paz que cada uno hacía con su  perro lo que quería. Yo le dije que me diera a Tobi, que yo iba a cuidar muy bien de él y que nunca le iba a faltar de nada. Mario no dudó ni un segundo y me dijo que le daba igual como lo cuidara, que él lo único que quería era deshacerse de él y por eso no le importó dármelo. Dos meses después, me encontré al dueño y me preguntó por Tobi, algo que no me habría esperado nunca de él. Yo le dije que estaba bien y que parecía otro. Él me pidió perdón por lo ocurrido y yo le perdoné.

EL ANILLO ROBADO

Henry y Susan eran dos hermanos que vivían en un pequeño pueblo de Inglaterra. Henry tenía diez años y su hermana Susan ocho. Los dos se llevaban muy bien. Casi nunca pelaban, no se enfadaban el uno con el otro y siempre se ayudaban. Todos los días, al salir del colegio, Henry esperaba a su hermana para ir juntos a casa para comer. Un día, mientras los dos se dirigían a su casa vieron un cartel pegado sobre  una farola y como tenía las letras tan grandes y llamativas, decidieron  leerlo. El cartel decía:

Dos ladrones han robado un anillo de la familia más rica de Inglaterra y lo han escondido. Este anillo tiene un valor incalculable. Los dueños ofrecen una recompensa de 10.000 libras para quien lo encuentre. Por favor si lo hallan o si saben alguna pista de donde está vayan cuanto antes a la casa de la familia. Gracias”

Los niños arrancaron el papel y se lo llevaron a casa. Cuando llegaron se lo enseñaron a su padre y Henry le decía a su padre que si encontraban el anillo podrían ser ricos, tener todo lo que les faltaba, pero su padre le decía que la posibilidad de encontrar el anillo era una entre un millón y que mucha gente se pondría a buscarlo porque todos necesitan ese dinero. El padre les dijo que no insistieran más porque no iban a encontrarlo.

Después de comer los niños fueron al colegio y mientras esperaban para entrar siguieron dándole vueltas al asunto del anillo. Sonó el timbre y los dos hermanos se fueron cada uno a su clase. Mientras Henry estaba en clase, pensaba como encontrar el anillo, si fuera un ladrón donde escondería un anillo tan valioso. Al día siguiente ya era sábado. Henry despertó a su hermana y les dijo a sus padres que se iban al campo con sus amigos a jugar y que volverían para la hora de comer. Los padres de Henry y Susan no pusieron ninguna pega. Antes de marcharse los dos niños cogieron unas palas del garaje por si surgía alguna pista para encontrar el anillo porque cabía la posibilidad de que lo hubieran enterrado. Mientras todos sus amigos se diviertían Henry estaba sentado en un banco pensando en el anillo.

De repente unos hombres vestidos de negro y con unas palas pasaron delante de Henry. Estas dos personas iban diciendo que estaba muy bien escondido, que esconderlo debajo de la gran R había sido una gran idea, que seguramente nadie lo encontraría allí. Henry, al oír esto, empezó a pensar donde estaría la gran R y qué habrían escondido debajo esos hombres. En ese momento se le encendió la bombilla y entendió todo. La familia a la que habían robado el anillo era la familia Robinson. Los Robinson, al ser la familia más rica de Inglaterra, tienen la primera inicial de su apellido colocada en el monte donde los niños van a jugar. También comprendió que lo que habían escondido era el anillo y que esos dos hombres vestidos de negro eran los ladrones.

Henry cogió a Susan de la mano y se fueron directamente a la gran R. Henry le explicó todo a su hermana y enseguida se pusieron a excavar. Pasados diez minutos, Susan encontró un pequeño cofre. Lo abrió y vieron un anillo de oro con un diamante en el medio. Los dos hermanos se pusieron muy contentos y se fueron rápidamente a su casa. Muy deprisa le explicaron todo a sus padres y todos se dirigieron hacía la casa de los Robinson. Cuando llegaron les abrió la puerta un mayordomo que les preguntó quienes eran. El padre de Henry y Susan le explicó todo y enseguida les dejo pasar. En el gigantesco salón de la familia estaban el señor y la señora Robinson y sus dos hijos: Peter y Eli. La señora Robinson, al ver el anillo, fue corriendo hasta donde estaba la familia de Henry y les agradeció mucho todo lo que habían hecho por encontrarlo. El señor Robinson les entregó el cheque prometido y les deseó que todo les fuera muy bien porque eran una familia muy generosa. Después de eso la familia de Henry vivió feliz y contenta.  

EL ESPANTAPÁJAROS QUE NO PODÍA HABLAR

Mi padre un día puso un espantapájaros en el huerto. Al día siguiente  fue a verlo y el espantapájaros le quiso hablar pero no pudo  y eso le entristeció. Cuando se fue mi padre, el espantapájaros se bajó de la estaca y fue a ver a una rana. La encontró y  le dijo la rana:

–   ¿Qué quieres? Te la recuperaré. ¡Pichín, pochón! ¡Ya puedes hablar!

–   ¡Qué suerte! Muchas gracias. ¿Qué puedo hacer por ti?

–   Dame un beso y me convertiré en príncipe.

Y se lo dio y vivieron felices y contentos para siempre los dos.